La poesía me ha permitido vivir con dignidad

miércoles, 7 de abril de 2010

Escribir política: Partido Conservador ¿Derrota Segura?

Partido Conservador, ¿Derrota Segura?



La Hegemonía Conservadora comprendió 1886 y 1930. En este periodo sobresalieron insignes figuras como José Manuel Marroquín, Ramón González, José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez y Pedro Nel Ospina. El último heredero de la presidencia fue Miguel Abadía Méndez quien gobernó entre 1926 y 1930. De aquella estirpe admiro a Suárez, quien a pesar de vivir encandilado por la poesía y la narrativa como lo hizo saber en “Sueños de Luciano Pulgar”, le dio al país la posibilidad de mantenerse conectado con Panamá -ya quebradas las relaciones con Estados Unidos y dueño éste del Canal- y abrir la ruta al pacífico.Hasta ese momento el partido Conservador era sólido. El presidente Rafael Núñez había instaurado la Regeneración, a través de la Constitución de 1886, que acabó con el federalismo y reconoció a la iglesia católica como religión natura. Resalto también la creación del Banco de la República y el fortalecimiento del sistema ferroviario. No obstante, hubo hechos que contrastaron. Finalizando el siglo XIX ocurrió la Guerra de los Mil Días. En 1930 estalló uno de los peores escándalos de la historia nacional: la masacre de los trabajadores de United Fruit Company, un hecho que dio lugar a invenciones como las de Gustavo Álvarez Gardeazabal que en “La casa grande” recupera con singular apreciación estética e histórica, este acontecimiento. Por unos y otros factores, los conservadores llegaron disgregados a las elecciones de ese año y subió al poder el liberal Enrique Olaya Herrera. No eran buenos tiempos para el país, pues la crisis de 1929 había tocado a Latinoamérica y eso se vio reflejado en dos cosas elementales para la economía: La reducción del gasto público y el aumento en los impuestos. En la mitad de su mandato se dio la guerra con Perú que clausuró en 1934 con el tratado de Río de Janeiro. Pasada la hegemonía conservadora, años más tarde “la paz” política con el Frente Nacional y posteriormente la presidencia de Belisario Betancourt, el partido Conservador perdió sus posibilidades de gobernar. Pero el crecimiento del narcotráfico y el poderío militar de las Farc plantearon en el país otro camino: la pacificación. El dueño del discurso que entonces adhería a los colombianos era Andrés Pastrana. Bueno o malo, le mostró al país los rostros de quienes mataban y secuestraban. Que las Farc se hayan burlado del proceso de paz es otra cosa. Lo cierto es que desde su gobierno no hemos tenido candidato propio. Y si bien el Partido cogobernó con Uribe desde el Congreso y el gabinete, es ahora cuando las posibilidades de llegar nuevamente a la Casa de Nariño son más reales. Pero no del todo.Si la pelea entre Arias y Sanín sigue al azul vivo, preparémonos para una gran derrota como en 1930. Y con el agravante de que los votos se vayan para la U, gane Juan Manuel Santos y entonces se repita la guerra de 1932, esta vez con Venezuela. En ese caso, preferiría que ganara Antanas Mockus quien a menudo expresa su capacidad de estadista, lo que en paráfrasis de Churchill sería pensar más en las próximas generaciones que en las elecciones del 30 de mayo. No hace bien el Partido sometiendo a la militancia, como tampoco ésta, dando saltadas para la U. En consecuencia, corrijo el artículo de Semana “Entre Sanín y Arias, se abren más las heridas” pues yéndose los conservadores a la campaña del impoluto Santos no pierde Noemí solamente. Y todo el escándalo del AIS pasará a segundo plano, pues agarrados como perros, el Partido Conservador se prepara para una Derrota Segura.

Escribir amor: en la sala de urgencias


En la sala de urgencias


Hay que decirlo
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No me quito de los oídos el ruido espantoso y disforme de la camilla que condujo a mi papá hace días hacia la sala de urgencias. Después de probar la incertidumbre que deja el hecho de no ser atendido en una y otra clínica, asumí con indiferencia su destino. ¡Tal vez se muera! –pensé-. Los hombrecillos de la ambulancia me miraban con algo de desprecio. Por esos instantes me parecí a Meursault, el héroe de la novela de Albert Camus “El Extranjero” aunque yo no recibiera telegramas que dijeran: “Su madre ha muerto. Entierro mañana”. Mi papá estaba vivo. Estaba delante de mí, y miraba para todos lados como avergonzado por lo que me estaba haciendo. Él sabe –más que ustedes- que viéndolo así me hacía daño. Tenía forrada la cara con mangueritas que le daban el oxigeno que sus pulmones ya no le proporcionan. Su tos sonaba como un tarro vacío. Y no me acostumbro a mirarle los ojos aplastados por la fiebre.

Me aparté de la cama en la habitación y fui al corredor. ¡No quiero que se muera! ¿Si esas telarañas de plástico dejan de tejer su respiración y no puede más? No es fácil aceptarlo. ¡Lo amo tanto! Desde niño lo he amado. A veces creo que él no sabe cuánto. Él me enseñó la solidaridad. La fuerza del cariño. La capacidad de ser justo. Me enseñó que en el mundo somos como un afilador dando vueltas y vueltas en un mismo pedal. De pronto mi mamá sienta celos pero no entiende que mi amor por ella es más que humano. Que la amo mil, como cuando era niño.

No quise rezar. Quise quedarme ahí, viendo la foto de mi mamá y mi hermana. Qué pensará de él ahora que no están juntos. Estoy seguro que sonríe y lo evoca con gracia. Sin resentimiento por lo que pasó entre ellos, que en realidad pasó entre nosotros cinco. Tomó desde muy joven. Fumó desde muy joven. Y fue bueno desde mucho antes de nacer. Tal vez por esa razón elemental mi mamá lo amó y lo siguió por sus molinos de viento, pues ese hombre que tosía desde adentro es un verdadero quijote. No es un hombre común, aunque la prensa no hable de él. Pero es la noticia de centro en los periódicos de parques, esquinas, cafeterías. Hasta las prostitutas con sus mil cuerpos y mil bocas lo quieren. Y no porque pague bien. Lo quieren porque las ha escuchado, porque las ha respetado. Eso aprendí también acampándolo a conocer los mundos paralelos y despreciados. Los lugares que a los pequeños burgueses causa miedo –eso sí, solo cuando van con sus esposas, porque al menor descuido pagan por la peca y hacen pecar por la paga-.
Enseguida llegaron Fabián y Daniela, mis dos hermanos. Fueron a verlo. Yo pasé de vez en vez y el médico olfateó mi desespero. Me llamó, y fuimos a su oficina. Hablamos sobre él y nosotros. Concluyó que la disgregación familiar lo ha llevado a esos laberintos. No lo creo aunque sea cierto. Repasé si había culpables: mi hermano lo quiere, mi hermana lo adora. Mi mamá lo perdonó hace mucho tiempo. Y yo solo escribo que es un buen hombre. De todos, el menos interesado en él soy yo. Pero quien más lo conoce soy yo.

Al día siguiente escribí este texto. Ellos en cambio lo visitaron. Mientras yo buscaba un título más creativo que este, Fabián debía estar sacándole sonrisas e inflándole otra vez los pulmones sin darse cuenta. Pero alguien tiene que tirar la basura o lavar los trastes, y yo enjabono con delicia esta proclama. Mi tía Gloria llegó después. No fue con el “mono” quien desde joven siente por mi papá un aprecio finísimo. Pero su llegada no me dio confianza porque cuando llega mucha gente es sinónimo de despedida. Una vez mi mamá sufrió un ataque que a la fecha no entiendo. Como en Aznavour (el cantante francés) la escena era lúgubre. Tenía pegado en las mejillas del frío de Asunción Silva. Pero siento que Dios ha estado de nuestro lado todo el tiempo. Finalmente se recuperó. Está de nuevo irradiando felicidad. En el barrio goza del afecto de todos, hasta de quienes le cobran el arriendo y cuando tarda, lo azotan todo el día.

Escribo esto porque tengo miedo de que deba hacerlo cuando ya no esté. No quiero repetir la historia de Héctor Abad. No obstante creo que seremos olvido, pero hay un punto en la memoria que se parece al rayo de Miguel Hernández, y no cesa. Yo veo en la historia de mi linda Jenniffer una elegía que me da vitalidad para querer. La vida es una vela y de pronto el tiempo la consume, o los vientos de la guerra la apagan a la fuerza. O alguien sin querer la tumba. O alguien sin dolor se la lleva para otro lugar a iluminar otras noches.

Mis padres tendrán que morirse algún día, y para entonces, quiero habérmeles adelantado.