La poesía me ha permitido vivir con dignidad

martes, 18 de enero de 2011

Escribir la ciudad

Repensar la ciudad

El siglo XX y este primer decenio del siglo XXI han traído consigo una propuesta de transformación de las ciudades que enmarca procesos de crecimiento urbanístico, de exploración económica y de impacto cultural.

Lo primero exige que cada vez haya más consciencia sobre el papel que cumple el hábitat en la armonización de esta expansión arquitectónica, porque si algo destruye a la ciudad es su mismo crecimiento alborotado y sin planeación. Los parques, los procesos de reforestación, de “verderización” de lugares comunes y los senderos ecológicos dentro de la misma estructura física de la ciudad son vitales para que los ciudadanos se acojan a dichos cambios.

En cuanto lo económico y al florecimiento de nuevas formas de comercio por lo general sin regulación, viene a parar a la cuidad como un suicida que porta unas cuantas bombas en su pecho y las hace reventar en cualquier momento. El sostenimiento de las familias es del nivel de la supervivencia. Esto origina el llamado “darwinismo social” donde el pez grande devora al chico sin consideración, y no hay respeto por las normas; en las ciudades modernas que se aproximan a ser protagonistas de los grandes cambios nacen negocios de toda índole, con productos exóticos y creativos pero al libre albedrío, dejando al Estado en un papel de reparto sin que oriente las directrices de la organización para el bien de todos. El vendedor ambulante y la descomposición del comercio son ejemplos de ello.

El consecuente rompimiento de las barreras culturales también ha provocado enormes cambios en la estructura económica y social de las ciudades dando origen a nuevos escenarios donde se desvanece lo público para hacer de cada lugar un pequeño búnker donde solo cabe uno. Los demás, y lo que pasa alrededor no es problema de nadie. La calle se ha convertido en el escenario que más da razón de estas circunstancias. La velocidad con que el mundo de hoy toca la puerta de los hogares –cada día más fugaces- causa en el ciudadano una pérdida de identidad casi total que debe recuperarse si se quiere llegar a la modernidad en su más alto sentido: desarrollo urbano, ambiental, económico y social sostenible.

Ibagué es un caso para ejemplificar esta situación del nuevo orden mundial. Los ibaguereños hemos ido perdiendo la conciencia de cuidad, y esto implica hacernos de lado a los procesos que tienen que ver con su desarrollo, no propiamente físico sino cultural. Aún vemos peatones que se tiran a media calle para cruzar al otro lado, conductores que agitan la tranquilidad con el pito de sus carros –producto del estrés-, individuos que arrojan a la calle residuos, entre otras tantas acciones negativas para la construcción de una ciudad al alcance de todos.

Cada vez que camino mi ciudad pregunto: dónde está lo público. No puede ser “lo público” solo una expresión sino una realidad, y si queremos que la modernidad cultural y económica haga tránsito sin torpedear las buenas costumbres debemos asumir la conducta moderna desde los lugares comunes como también desde los gobiernos.

Las ciudades modernas deben ser repensadas para que haya conciencia desde los gobiernos sobre el acceso real a los servicios básicos: en infraestructura, transporte, educación, salud, tecnología, productividad. El cuidado del medio ambiente no puede ser un fin en si mismo; Tenemos que lograr una simbiosis entre lo urbano y lo natural, de modo que haya zonas aptas para el disfrute con un alto contenido ambiental.

El parque debe recuperar su papel de cohesionador en procesos de unidad familiar, de armonía, de civismo, y no de vandalismo. Para repensar la ciudad, digámosle sí a las bibliotecas por comunas y los centros de formación artística. Por último llamo la atención: es urgente la “verderización” de la ciudad porque se avecina a la gran hecatombe del desarrollo.