La poesía me ha permitido vivir con dignidad

sábado, 27 de marzo de 2010

Escribir el conflicto

Las Farc, ¿terroristas?


¿Si matar a un niño de 12 años con un paquete bomba no es terrorismo, entonces qué lo es? De las Farc que en 1964 tenían armado un programa comunista en el sur del Tolima, a los terroristas que hace una semana mataron a un niño con paquete bomba en Nariño, hay diferencia: esos inmolados guerrilleros tenían ideas. Los de ahora solo tienen odio. Y es difícil conciliar cuando ambas partes lo destilan. Guillermo Valencia procedió con intolerancia. La decisión del 25 de mayo de ese año -que le quitó la vida a unos 50 guerrilleros en la entonces República Independiente de Marquetalia- le ha costado al país este veneno. Y no inferior al error de Valencia fue la burla de las Farc en el proceso de paz. Miguel Hernández expresa aquel sentimiento de decepción vivido por la sociedad colombiana. “Como el toro te sigo y te persigo, y dejas mi deseo en una espada, como el toro burlado, como el toro”.

Hay quienes creen que el paso a seguir es darles estatus de beligerancia y luego crear una mesa de concertación en alguna región selvática o limítrofe. Pero esa oportunidad ya la tuvieron. No es fácil aceptarlo otra vez. Lo es para observadores mundiales y para vecinos latinoamericanos, pero no para la sociedad colombiana que ha sufrido a causa de la barbarie. Esta guerrilla de ahora se agazapa en el comunismo para sembrar terror. Sus filas están alineadas por hombres malos. ¿Malos? Gonzalo Arango en su Elegía a Desquite nos enseña que “los hombres no matan porque nacieron así. Son asesinos porque la sociedad les negó el derecho a ser hombres”. Puede que tenga razón.

Ad portas de salir el presidente que con Seguridad Democrática abrió camino al comercio en las regiones, aumentó la expectativa de progreso en municipios que vivían bajo el azote de los grupos armados y mejoró las condiciones de acceso y locomoción, la guerrilla está reducida pero no derrotada. Este gobierno no hizo nada distinto de sugerir la guerra. Sus yerros en materia social son tan visibles como sus logros en cuestión de seguridad. Y mientras no haya oportunidades rurales y equidad, los niños soltarán el cuaderno para empuñar una metralleta.

Es cierto que las tomas a poblaciones acabaron y que los secuestros se redujeron. Fundalibertad reveló que los plagios bajaron al 97,2 por ciento. No obstante, esa realidad un tanto alentadora contrasta con los últimos hechos en los que las Farc han dejado ver su poderío armamentista, militar y capacidad de chantaje. Sólo expongo unos casos: asesinato del Gobernador de Caquetá, atentado al Gobernador del Tolima, 7 carros quemados en el pacífico, carro bomba en Buenaventura, ataque en Cajibío (Cauca), atentado a helicóptero en La Macarena, manipulación en liberaciones y un niño desbaratado por una bomba en El Charco.

Quiero detenerme a recoger los pedazos de llanto tras la explosión. El Charco es un municipio de Nariño ubicado en la costa norte, retirado de Pasto. La explotación de madera, minería, pesca, plátano y cacao hacen su economía. No es la primera vez que llora. En 2007 más 600 familias campesinas abandonaron el municipio por los continuos enfrentamientos entre Farc y narcotraficantes que disputaban el control fluvial. Le ha tocado duro. Y ahora pierde a un hijo otra vez.

Hoy les llamo terroristas. Y quizás lo sean. Pero Arango puede tener razón. “¿No habrá manera de que en Colombia en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? (…) entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas”.










domingo, 21 de marzo de 2010

Escribir la gratitud


"Buenos días le de Dios"


“Con Arnulfo Sánchez inicié mi camino del periodismo. A él y a su familia, inmensa gratitud”


El 26 de noviembre de cuyo año no es que no quiera acordarme sino en verdad no me acuerdo conocí a Arnulfo Sánchez López. Habían pasado algunos meses desde dejar la venta de empanadas y cuando casi fui atropellado por un taxi al frente del Nuevo Día mientras vendía helados. Fue en su apartamento –después de recorrer toda la tercera y los estudios de Ecos del Combeima- sin que nadie diera con la suerte del que rumoraban, era el decano de la radio tolimense.

Iba con un primo que debía hacerle una entrevista al bachiller honoris causa del colegio San Simón. Yo como siempre de pato me le uní a esa causa que poco a poco se volvió más mía que suya. Llegamos a su residencia. Nos atendió una amiga suya (que la gente arrivista llama sirvienta). Como viejos amigos nos mandó seguir hasta instalarnos en el sofá. No pude quedarme quieto cuando vi atrapado en la pared un poema original del poeta maldito Charles Baudelaire. –Está firmado por detrás, mire- dijo la voz que hasta entonces había visto salir de unos baffles en la casa. Igualito a cuando escuchaba decir: “Divino rostro”; “no me hagan eso”; “buen primor” o ésta que hoy me compromete: “Jesucristo el del Guamo es más Conservador que el de Espinal”.

Y con la voz vino un señor ancho, de mirada alegre y diminuta. –Siéntese-. Ese asombro lo iba a sentir más tarde cuando viera por primera vez a Antanas Mockus, al maestro Rafael Escalona y el concierto de Manolo Otero, que entre otras tantas cosas construyen mi admiración por la vida. Le explique que debíamos hacerle una entrevista. Ya no era mi primo el de esa necesidad. El solo movía la cabeza como los perritos de taxi en señal de aceptación. Nos presentamos y brincamos al sofá. –Bueno, brinqué yo-. Después de lamer desde mi corazón con sigilo el cuadro de Baudelaire empezó el trabajo que a lo largo de cuatro horas fue interrumpido por la damita que él cada rato llamaba a participar.

Instalé la cámara, y recuerdo que hice mil musarañas para impresionarlo. Hablé de contra luz, de foco, de planos abiertos y cerrados. ­Mi primo debía salir en el video así que hice las veces de camarógrafo. -¿Por qué un honoris causa a Arnulfo Sánchez López? preguntó. Después de responder, metí la cucharada casi igual o más veces que la señorita del servicio doméstico. -¿Dónde está la noticia? ¿Cómo llegó a ser periodista? ¿Qué es hacer periodismo? ¿Qué opina del ejercicio del periodismo en el contexto colombiano?-. De inmediato pidió agua. Lo tenía atorado con tantas bobadas. Pero respondió todo.

Incluso nos habló de su secuestro. Descubrí que a parte de su actividad periodística se dedica a coleccionar pinturas en su mayoría de autores tolimenses. Allí conserva varios cuadros de los cuales valora especialmente “El jardín de jersenami”, “Un cristo” y “Tierra de Jerusalén”. Además, tiene en su patrimonio artístico una vitela que le regalaron en la cuarta casa donde estuvo secuestrado. No va a cine porque se queda dormido y no entiende la ciencia ficción, es muy mal lector de prosa: no ha leído La Vorágine, María ni Cien Años de soledad, pero puede leer cien poemas cada día y repetirlos al día siguiente. ¿Mi primo? Él terminó charlando con aquella mujer.

Apagué la cámara y le explique que amaba la radio y el periodismo. Entonces sacó un papel y un lapicero. Los puso sobre la mesa. –Dos tipos es una moto matan una monja. Usted qué hace-, me dijo. Después de reaccionar, redacté. –Matan otra monja más adelante-. Confundido, escribí la noticia. –Matan además una niña y la mamá ve-. Sudando frío, le pegué a la nota. Me pidió que escribiera algo sobre espacio público y que ensayáramos el lunes próximo. Yo quería escribir como Daniel Samper Ospina y pasé todo el fin de semana hallando la forma hasta que fui a la calle y lo encontré. Desde ese día descubrí que las historias están por ahí. Regadas. En los cafés, en las bancas, en los pensionados, en las palomas y en los billetes falsos. A las 11 de la noche y a punta de contracciones parí aquel texto flaco, feo, arrugadito y con un montón de adjetivos que le colgaban en el ombligo.

A las cinco y cincuenta de la mañana de ese lunes llegué a los estudios de Ecos del Combeima aun cuando él me había dicho que a las siete. Ya adentro y con un micrófono haciéndome coquitos, esperé el momento en que ensayáramos los tonos de voz. Nunca pasó. A las siete y quince minutos y con el analista Agustín Angarita al lado, me tiró al agua. Eso hoy se llama salir al aire. La leí como si fuera Gustavo Niño Mendoza, mi ídolo de la radio colombiana. Claro que esa imitación me costó perder la voz un día. Es como comparar rugido de león con maullido de gato, y mimado.

El niño habló. Toda mi familia estaba a la expectativa. No podía defraudarla. Había arriesgado a una novia por perseguir ese sueño. Y “uno no se baña dos veces en las aguas de un mismo río”. Respiré. Retomé los colores y lo único que recuerdo fue haber escuchado de don Arnulfo: –Bueno, mañana más historias por contar de Stivens Parra. Ese día, levé anclas y me tiré al mar con todas sus borrascas. No pienso dejar de escribir sino cuando muera. Cuando –como Whitman- diga: ¡OH, capitán mi capitán, las luces de puerto se encienden ya!

Y a él le debo la oportunidad. A ese señor que se llama Arnulfo Sánchez. Por él conocí la radio. Por él fui reportero en Ecos del Combeima. Por él conocí grandes amigos. Él me enseñó cómo llegar a ser decano del periodismo, un paradigma de liderazgo, un ejemplo de vida y superación. Él me permitió demostrar que este camino es para caminarlo toda la vida. Él me sacó de mi cuarto oscuro y me dio color, tonos y tamaño. Él me dejó mostrarle a la gente el pulso de mi pluma. La vitalidad de mi voz.

Pido excusas por referirme a Don Arnulfo en estos términos tan precarios. Al hombre que aún sube los escalones caracoles de la emisora, abre la puerta, toma su silla del centro y dice a las seis en punto de la mañana: Buenos días nos de Dios.